Me acuerdo bien
de su cabello por todas partes:
que se regaba sobre sus hombros,
su espalda y la cama,
atiborraba las habitaciones,
llegaba a la cocina,
se hacía nudo con las sillas,
salía por todas las ventanas;
iba por las calles entre autos y peatones,
y sobrepasaba los límites de la ciudad
hasta alcanzar el sol de la tarde
(allá, lejos, junto a Dios tal vez,
o hasta otro país; no sé.).
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