8/7/10

Niño en la feria

Les decía
que ver a mi mujer lavar su ropa interior
es irse a otro mundo:
ella cuelga prenda por prenda
-para mí el tendedero
está a cuatro metros de altura-
mientras yo sonrío,
me inundo de colores.

Soy un niño que elige,
desde lejos,
el regalo favorito
en el puesto de una feria.
Estoy en el patio trasero de la casa
y hay dos filas paralelas:
rosa, azul de cielo,
frutas estampadas.
Y quisiera caminar entre las dos,
estirar el brazo
a ver si por suerte rozo alguna.

Una, dos, tres, cuatro...
treinta y tantas prendas
secándose al sol;
una por cada personalidad de mi mujer:
cebra, desierto, asesina, campo florido.

Ella ha terminado de tender
y me mira,
recelosa de sus pertenencias,
contarlas todas.

Pero no se crea que lo mío es perversión,
es más bien un tremendo asombro;
describir los colores sería tonto.
Por favor, no se crea que soy un pervertido;
es sólo que en mi cajón,
las prendas mías no llegan a nueve
y sus tonos son serios y aburridos;
entonces,
para mí este patio es como otro país, otro planeta.